Eliseo Alberto de Diego García Marruz, “Lichi” per gli amici e per i suoi lettori, è morto a Città del Messico. Di lui, figlio d’arte (suo padre era il grande poeta Eliseo Diego) restano molti ricordi e molti libri, uno dei quali – Informe contra mi mismo – dovrebbe essere letto da tutti coloro che vogliono davvero conoscere il lato oscuro della Cuba castrista. Ecco come, su Cuba Encuentro, lo ricorda Haroldo Dilla Alonso
Durante sus años de intensa vida mexicana —tan intensa que nos obsequió unos mellizos insuperables— mi hija entró en contacto con un triángulo de amigos: Velia Cecilia Bobes, Rafael Rojas y Lichi. Y por esa abertura entré yo cuando pasaba por la capital mejicana. Yo conocía a los dos primeros, pero no a Lichi. Nos vimos por primera vez en 2004 en el apartamento de Velia, en La Condesa, y conversamos durante un buen rato. Esa tarde noté a Lichi algo inquieto, como queriendo decir algo. Pero cuando tomó la palabra, en realidad cuanto tomó el escenario, entendí que lo que quería decir no era algo, sino todo, y por todo el tiempo restante.
Habló durante dos horas, aguijoneado por Velia que le recordaba una y otra historia que él iba narrando con tanta seriedad como gracia. Recuerdo que nos habló de un truculento batallar entre los gorriones y el perro de su hermana en La Habana durante el período especial: los primeros por acceder al plato de comida del perro que poco a poco se tornaba vegetariano, y el perro, dispuesto a defender su almuerzo a cualquier precio. O de sus peculiares interpretaciones de los evangelios y de la historia, que incluían, entre otras muchas cosas, una virgen María con un dedo jorobado y unos Reyes Magos totalmente despistados.
Desde ese día, siempre que fui a México, dejé un espacio para vacacionar en medio de ese triángulo excepcional del que Lichi era un vértice insustituible. Hablamos muchas veces y por mucho tiempo en su apartamento en El Valle, mientras preparaba, invariablemente, un suculento almuerzo, e invariablemente muy bueno. En esas reuniones fui descubriendo a esa persona que mi hija me había alertado era bueno por todos los lados. “Es imposible, me decía Charlene, hablar mal de él”. Pero sobre todo fui descubriendo a alguien que se empecinaba en hacer a todo el mundo bueno, escudriñando en cada caso las virtudes posibles, no importa cuán escasas fuesen.
Recuerdo que un día hablábamos de un personaje detestable de la cultura cubana, que tenía a su haber tantos malos libros como hechos represivos. En un momento interrumpió nuestras diatribas para recordarnos que aunque no era buen escritor, era diestro en la gramática y en particular usando los signos de puntuación. Me reí muchísimo, pero en realidad Lichi había hecho un esfuerzo supremo por dotar al personaje de alguna recomendación para el paraíso. Y lo hizo con toda seriedad.
De Lichi leí una buena parte de su obra. Creo que es uno de los dos grandes novelistas cubanos contemporáneos. Y un cronista sin par. Esther en alguna parte es maravillosa. La leí dos veces y lo volvería a hacer a la primera oportunidad. Quizás porque Lichi me fue narrando pedazos según la escribía y en ella me gasto la vanidad de creerme pionero. Informe contra mí mismo es desgarrador, pero al mismo tiempo es evocador de una Habana que ya no existe, y por eso, un testimonio único para historiadores. Pero creo que ninguna obra retrata mejor el calidoscopio mental y emotivo de Lichi que La eternidad por fin comienza un lunes, con sus personajes estrafalarios pero tan cercanos y cotidianos que nos obligan a creer que la vida es mucho más rica y buena que lo que solo podemos ver con los ojos y el intelecto. Algo más que los jirones despreciados por el tiempo que relataba su inolvidable mujer barbuda. Pero para ello se necesita hacer algo que todos decimos que hacemos y muy pocos hacen, lo que Lichi ha hecho y lo sitúa en ese pedestal humanista que hoy veneramos: abrir el corazón sin resentimientos ni impedimentos.
Desde 2008 me separé un poco de México. Mi hija se fue a vivir a Chile junto con sus intensos mellizos y su esposo, al que conoció gracias a un trabajo que hizo en Flacso con otro vértice del triángulo, la encantadora Velia. Y mi vida profesional se inclinó hacia otros compromisos. Creo que en ese largo período llamé a Lichi dos o tres veces y conversamos un buen rato gracias a los módicos servicios del Skype. Y siempre me mantuve informado de su salud a través de las otras partes del triángulo, cuando coincidíamos en algún lugar.
Hoy me entero que Lichi murió. Morir es verbo grave. Significa que uno se va. Y Lichi se fue. Ya no podré visitarlo en el Valle, comerle los espaguetis y escucharle otra vez, el cuento del perro y los gorriones. Seguro que Rafael y Velia lo sentirán mucho más, como también toda su familia desparramada que tenía y que adoraba.
Ante la partida de un amigo siempre uno recurre al trillado recurso de decir que sigue viviendo por su obra y sus recuerdos. Yo no voy a ser nada original. Por eso voy a imaginarlo sin méritos para el infierno y muy ruidoso para el paraíso, posado en un limbo especial donde sigue recibiendo amigos idos, y de vez en cuando a la virgen María con su dedo partido y a los reyes magos buscando el rumbo perdido. Y a donde algún día iré para que me cuente otra vez el asunto del perro y los gorriones.
Quiero imaginarlo diciéndonos lo que le dijo su mago Asdrúbal a su trapecista Anabelle cuando desencadenaba el hechizo que lo llevó a la eternidad:
—“…mi corazón es nuestro…”