Han pasado menos de dos semanas desde el día del triunfo electoral de Donald Trump. Y faltan poco más de dos meses para el día del inicio de su “histórico” nuevo mandato. Histórico porque antes de él solo Grover Cleveland había logrado, en 1892, ganar un segundo mandato no consecutivo. E histórico aún más porque, a diferencia de Cleveland, Trump había notoriamente terminado su primer mandato el 6 de enero de 2021 con un ataque absolutamente inédito y para nada alegórico contra la democracia que, el pasado 5 de noviembre, volvió a elegirlo.
Son días extraños los que América y por consecuencia todo el planeta están viviendo. Y en tanta rareza precisamente esto – inédito – parece ser el adjetivo que mejor define un período de transición de los poderes que ahora ha vuelto, como antes de Trump imponían las leyes y la tradición, a ser pacífico. Pacífico y pacíficamente (al menos por ahora) dirigido hacia algo totalmente nuevo, nunca visto antes. O visto solamente, en sus inquietantes facciones, en otras épocas remotas y en lugares muy alejados del pais que ama (¿amaba?) llamarse “la primera democracia del mundo”.
La leyenda de Incitatus
Llegando al punto. Agotadas las celebraciones – o tal vez como parte de las celebraciones, dada la naturaleza de sus escogidas – Donald Trump ya ha comenzado con gran fervor a seleccionar los miembros de su próximo gobierno. Sus caballos, se podría decir, recurriendo a una metáfora que, a la luz de la historia, es tal solo en términos muy relativos. Es casi imposible, de hecho, para todos aquellos que tengan incluso solo una lejana memoria de escuela secundaria acerca de los acontecimientos reales o míticos de la antigua Roma, no recordar – dando un vistazo a los currículos de al menos tres de los nombrados – dos nombres de un pasado antiguo. El de Incitatus que fue, precisamente, un verdadero caballo – con mucho de crin y zuecos – y el del emperador Gaius César Augusto Germánico, mejor conocido como Caligula, que notoriamente – según lo que, probablemente, es solo una leyenda – nombró Incitatus primero senador y luego cónsul. O, más probablemente, como se deduce de la lectura de Svetonio y Casio Dión – los dos historiadores de la Roma imperial que describieron más ampliamente la relación entre Calígula y su amado caballo – se limitó a amenazar con hacerlo, con el único propósito de burlarse del Senado, que él siempre vio como un molesto obstáculo en el uso de los plenos poderes que, como Svetonio señala, el no dudaba en practicar con extravagante crueldad.
Pregunta obvia: ¿quiénes son, hoy en día, los Incitatus de Donald Trump? ¿Cuáles son los miembros de su próximo gobierno que más recuerdan la antigua leyenda de Calígula? Son, en el momento, tres, todos con pezuñas y crines – es decir: todos capaces de crear escándalo por su equina incompetencia – y todos destinados a puestos clave: el Pentágono (secretario de defensa), los servicios de inteligencia (Director de Inteligencia Nacional) y, por último pero no menos importante, el Procurador General, al frente del Departamento de Justicia. Para el primero de los tres asientos, Donald Trump eligió a Peter Hegseth, un hombre de cuarenta y tres años con muy modestos antecedentes militares – participó en las campañas de Afganistán e Irak, alcanzando el grado de mayor – y con un muy ruidoso presente como comentarista ultra-reaccionario de Fox-News, la cadena de televisión de propiedad de los Murdoch que de la propaganda trumpiana ha sido siempre la columna vertebral. Y es desde este púlpito que Hegseth ha librado en estos años, con acentos obsesivos, su batalla contra lo que él, en sintonía con el nuevo presidente y la más extrema derecha, llama el “woke” de las Fuerzas Armadas. Es decir, contra las ideas de inclusión – una inclusión en la que está incluido, con toda evidencia, también el respeto por la democracia y por la neutralidad de las Fuerzas Armadas – que van circulando en los más altos mandos militares.
Es un verdadero duro, Peter Hegseth. lo es en palabras y en imágenes, considerando que su cuerpo está cubierto de tatuajes muy simbólicos. Entre otros, justo en el pecho, una gran cruz de Jerusalén, símbolo de las Cruzadas, del Sionismo Cristiano y, por ello, comúnmente utilizada por las más abiertamente fascistas entre las formaciones de la extrema derecha americana.
El segundo, más bien, la segunda Incitatus – la que estará a cargo de la agencia que coordina las actividades de la CIA, de la NSA y de todas las altas instituciones de la Inteligencia de los Estados Unidos – es Tulsi Gabbard, diputada de Hawai, cuya única experiencia en materia de servicios de seguridad nacional y espionaje consiste en su participación, entre 2013 y 2014, en los trabajos del Comité sobre Seguridad Interior de la Cámara de Representantes. Pocas cosas subilimadas, sin embargo, por una incuestionable habilidad en el salto de la codorniz, teniendo en cuenta que, en menos de cuatro años, pasó del Partido Demócrata – en 2020 participó en las primarias presidenciales demócratas en posiciones ultraizquirdistas – a la derecha de las derechas trumpianas. Hay que admitirlo: realmente difícil, en ausencia de un extraordinario talento en materia de transformismo y oportunismo, recorrer un espacio tan grande en tan poco tiempo.
Otra cosa hay que reconocer honestamente: tanto el tatuado Hegseth como la errante Gabbard expresan muy bien – y lo hacen precisamente por su incompetencia demostrada y por la naturaleza (nuevamente) inédita de su nombramiento – los objetivos políticos del recién reelegido presidente. Como el Rigoletto, Donald Trump lo había anunciado y vuelto a anunciar hasta aburrirnos durante su campaña electoral: vendetta, tremenda vendetta. Muchas cabezas – había dicho y repetido – tendrán que caer por todas partes. Pero especialmente en las Fuerzas Armadas y en los Servicios Secretos. Empezando por aquellas – y no son pocas – que pertenecen a los que, conociéndolo de cerca como presidente, lo describen hoy como “a fascist to the core”, un fascista en lo más profundo del alma. Estas son las palabras del general Mark Milley, jefe de los Estados Mayores Conjuntos en la época de la primera presidencia de Trump.
En conclusión: Trump necesitaba dos cortacabezas. Y dos cortacabezas Trump – que, no olvidemos, en desacato a la Constitución prometió usar los militares contra el “enemigo interno” – finalmente, y con admirable rapidez, ha por su par nombrado.
Gaetz, el más Incitatus de los Incitatus
El más Incitatus de los Incitatus, es decir, el más abiertamente animalesco de los caballos elegidos por Donald Trump para su próximo gobierno, es sin embargo, y de lejos, el tercero, el que deberá presidir el Departamento de Justicia. Una breve introducción, para entender mejor. Aunque elegido por el presidente en ejercicio y formalmente parte del gobierno, el Departamento de Justicia es considerado en los EE.UU., una especie de “zona libre”, llamado no a secundar las políticas del presidente, sino a defender el estado de derecho. Por eso, a lo largo de toda la Historia de la Nación, el Attorney General – es decir, el hombre que dirige el Departamento – siempre ha sido un personaje con credenciales jurídicas impecables, en su mayoría magistrados que podían, en materia de filosofía del derecho, tener posiciones más o menos conservadoras o más o menos progresistas, pero que daban amplias garantías de imparcialidad. Solo para dar un ejemplo: a finales de los 90, Janet Reno, Attorney General de Bill Clinton, no dudó, considerando los indicios disponibles, en abrir una investigación contra “su” presidente (lo que los medios llamaron “Whitewatergate” y que finalmente llevó, a través de rutas muy complicadas, al proceso de impeachment de 1998).
Bien, el nuevo Attorney General deberá ser, por voluntad de Donald Trump, Matt Gaetz, diputado de la Florida, Un hombre que, en materia de experiencia legal, solo tiene una licenciatura en derecho y un breve tirocinio en un bufete de abogados en Fort Walton Beach (durante el cual, por cierto, también encontró la manera de hacerse expulsar del Florida Bar, el local Colegio de Abogados). Todo lo demás es pura política. Y política en el más puro y vulgar de los términos. El joven Matt no solo pasó su existencia – antes e el Congreso de Florida, luego en el de Washington D.C. – más a la derecha de la guardrail, sino que también lo hizo de la manera más grosera y provocativa imaginables, Incluso a los ojos de muchos de sus colegas republicanos de segura fe trumpista, que lo veían, y siguen viéndolo, come un vergonzoso ejemplo de fanatismo fuera de control.
Durante y después del 6 de enero de 2021, cuando las tropas trumpianas asaltaron el Capitolio, Matt Gaetz había apoyado primero la tesis, que en seguida se desinfló ridículamente, de una provocación organizada por la extrema izquierda con la complicidad del FBI – “Los vi – descaradamente sostuvo en los días siguientes al ataque desde los bancos de la Cámara – los que atacaron el Congreso eran todos antifa” -, para luego moverse, con pasos perentorios, aún más a la derecha de los atacantes. ” Puedo asegurarles – dijo y repitió más tarde Gaetz, sarcásticamente respondiendo a los que le acusaban de ser co-responsable del ataque en Capitol Hill – que, si hubiera sido por mí, ese ataque habría sido victorioso. Victorioso y armado”.
Ni eso es todo. Matt Gaetz – a quien que le gusta mostrarse en compañía de los Proud Boys, quizás el más abiertamente fascista y racista entre los grupos que apoyan a Donald Trump – es de hecho, desde hace un par de años, también objeto de investigaciones por una serie de delitos bastante sórdidos (que, por supuesto, él niega haber cometido). Específicamente: por facilitar la prostitución de menores. Delitos de los que él mismo habría, según testigos, mostrado con orgullo las pruebas, vía celular, a sus colegas en las mismas muy austeras salas del Congreso. Existe, o, mejor dicho, existía a este respecto una investigación contra él abierta por la Comisión de Ética de la Cámara de Representantes (comisión, es bueno subrayarlo, con mayoría republicana) cuyos resultados, anunciados como “muy comprometedores”, se suponía que se iban a hacer públicos en un par de días. Lo cual probablemente no será justo porque, en virtud de su nombramiento como Attorney General, Gaetz ha dimitido como diputado.
Demasiado, hasta para los trumpista
Incluso algunos republicanos de segura fe trumpiana han, en los últimos días, acogido con consternación la noticia. Ahora muchos se preguntan: ¿por qué Gaetz? ¿Qué ha llevado a Trump a nombrar, para lo que tradicionalmente es el cargo más neutral y bipartidista, un personaje que en todos los aspectos parece una feroz caricatura del fanatismo más faccioso y servil? ¿Para recompensar la pasión incondicional – una pasión nunca tocada por cualquier matiz de decencia humana – con la que el joven diputado de Florida siempre lo ha representado en el Congreso? ¿Por distracción? ¿Por broma? ¿O por otras razones?
Los antecedentes son conocidos. Según Trump – en un claro testimonio de proyección freudiana en virtud del cual cada una de sus acusaciones es de hecho una confesión – el Departamento de Justicia ha sido, durante el mandato de Joe Biden, “weaponized”, utilizado como arma contra él. Por eso debe ser despiadadamente purgardo y (en este caso realmente) “rearmado” a su favor. Un sicario, no un jurista, era lo que buscaba Trump. Y un sicario ha nombrado finalmente, eligiendo, sin embargo, entre los muchos cortagargantas disponibles en las filas trumpistas, justo el que, por su celoso, excesivo amor a la sangre es hoy visto política y personalmente con horror incluso por una parte de los fieles del culto.
¿Cuál es, pues, el sentido último (si un sentido existe) de la operación? Quién sabe. Considerando que todos los nombramientos tendrán ahora que pasar por el escrutinio del Senado – aunque al Senado Trump ya ha pedido poder hacer amplio uso de los llamados “recess appointments” que saltan el trámite normal – quizás tengan razón los que ven en todo esto una maniobra maquiavélica para librarse de un demasiado celoso y ya engorroso sirviente. Querido Gaetz, he hecho todo lo posible, pero esos malos del Senado no te quieren. Lo siento. Hasta luego, gracias por todo y amigos como antes.
Mucho más probable, sin embargo, es que, por el contrario, precisamente a los villanos del Senado – ahora bajo control republicano – sea destinado, en la forma implícita pero muy clara de una perentoria llamada a la total sumisión al poder absoluto del Gran Líder, rl mensaje del nombramiento de Gaetz. Porque precisamente esto – un gesto de subyugación o, mejor aún, un ostentado testimonio de vassaleo medieval, es lo que, no desde hoy, define la pertenencia al culto. Y para entender mejor la cosa vale la pena dar un paso atrás, recordando lo que sucedió cuando, hace dos años, en la carrera por uno de los dos escaños senatoriales de Ohio, el actual vicepresidente, J.D. Vance, pidió el respaldo de Donald Trump, a pesar del hecho de que en un pasado nada lejano había llamado abiertamente al actual presidente (entonces solo un participante en las primarias republicanas de 2016) un “auténtico idiota” y un potencial “American Hitler”.
Lo pidió y lo obtuvo, J.D. Vance, a cambio de un metafórico, pero no menos humillante beso, cuya más íntima motivación política y ubicación anatómica el mismo Trump se preocupó por revelar, con elegancia típica, en el curso de un comicio convenientemente transformado en una ceremonia de arrepentimiento y redención. ” En el pasado – Trump solemnemente afirmó desde el púlpito- J.D. dijo cosas muy malas de mí. Pero entonces me conoció y ahora me besa el culo para conseguir mi respaldo”. Ovación de pie del público e inmediato close up sobre la amplia, estática sonrisa que iluminaba el rostro del actual vicepresidente…
Desde el beso de Vance hasta el sapo de Gaetz
Así son las cosas. Ayer J.D. Vance tuvo que besar el culo de Trump para enmendar su pasado y poder sentarse, una vez elegido senador, a la derecha de dios padre como vicepresidente. Hoy le toca al Senado tragarse, como testimonio explícito de inalterable fe, el sapo del nombramiento de Matt Gaetz, personaje tan trumpianamente trumpiano que resulta odioso incluso a un buen número de trumpiani. Esta, a la luz de los hechos, parece la más plausible de las explicaciones.
Ahora, por supuesto, todo puede suceder. Puede ser que Trump, viendo las reacciones, retire la candidatura de Gaetz. Puede ser que, en un inesperado arrebato de dignidad, el Senado rechace esta candidatura (y puede ser que, como se señaló anteriormente, esto fuera lo que Trump buscaba desde el principio). Puede incluso ser – pero para creer en eso hay que ser muy optimista – que la caída de Gaetz abra, con consecuencias todas por medir, la puerta a una crisis del trumpismo. Lo único seguro es que, como atestiguan los caballos elegidos para el nuevo gobierno, la victoria electoral de Trump, numericamente modesta pero políticamente devastadora, ha abierto una nueva e inquietante página de historia.
Una historia de la que, por el momento, solo se conoce el principio. Había una vez un país llamado Estados Unidos de América, una democracia lejos de ser perfecta, pero nacida bajo la égida de un principio – todos los hombres fueron creados iguales – que había, a finales del siglo XVIII, iluminado el mundo. Luego, 250 largos años después, el pueblo eligió a Calígula y…
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