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Wednesday, December 4, 2024
HomespanishJoe perdona a Hunter. La historia no lo absolverá

Joe perdona a Hunter. La historia no lo absolverá

Que el de Joe Biden estuviera destinado a ser el más triste de los adióses a la Casa Blanca era, desde hace tiempo, algo conocido. Y conocido desde hace mucho tiempo antes de que, a finales del pasado julio, el presidente aún en funciones anunciara su decisión de retirarse de una carrera que de todas maneras iba a perder. Durante demasiado tiempo, Joe Biden se había negado a mirarse a sí mismo y a sus ambiciones en el espejo del tiempo. El 21 de junio, ese espejo finalmente se le cayó encima o, peor aún, explotó en su cara, rompiendo sin piedad en mil pedazos su imagen – o lo que quedaba de ella – durante el primer (y para él humillante) debate presidencial. Salir de escena había sido, en ese momento, una manera – la única que le quedaba – para afrontar como perdedor, pero con honor, la “ardua sentencia” manzoniana de las posteridades. O, más simplemente – dejando de lado cualquier forzada reminiscencia napoleónica – para aliviar el desaliento de una salida no deseada, ni programada, con el orgullo de una digna despedida. Más aún: con la proyección de una imagen limpia de sí mismo y, en su limpieza, en marcado contraste con la del ganador.

Era difícil imaginar que, a pocas semanas de su abandono definitivo de la mansión blanca del 1600 de la avenida Pennsylvania, D.C., “Tío Joe” hubiera tirado por la borda ese último velo de decoro político y personal, haciendo, ya en la puerta de salida y con la sigilosa gracia de un ladrón en fuga, lo que durante cuatro años había asegurado que nunca haría. Es decir, al dar un perdón de 360 grados – válido para el pasado, el presente y el futuro – a su hijo Hunter y, al mismo tiempo, un aura de legitimidad y una siniestra justificación ética al hombre que, con las peores intenciones, se prepara ahora para reemplazarlo en la Casa Blanca.

 ¿Por qué lo hizo? Responder a esta pregunta es muy simple y, al mismo tiempo, extremadamente complicado. Muy simple porque muy simples – paternalmente simples – son las razones que el mismo Biden ha dado para explicar su decisión. Y extremadamente complicado, porque muy difícil de entender son la lógica y los tiempos de esta decisión, la aparente indiferencia de quien tomó esta decisión con respecto a las consecuencias obvias del gesto. He perdonado a mi hijo – dijo en esencia el presidente saliente – para salvarlo de lo que a todos los efectos ha sido una persecución política. Los delitos por los que hoy debe ser juzgado – añadió – nunca se habrían considerado tales y nunca se habrían perseguido con tanta ferocidad, no hubiera sido Hunter hijo de un presidente que querían atacar políticamente. Por eso lo perdono hoy, haciendo uso in extremis de mis prerrogativas presidenciales.

Hay, por supuesto, un fondo (justo un fondo) de verdad en esta reconstrucción de los hechos. Es una historia antigua la de Hunter Biden. Mucho más antigua que la presidencia de su padre. Una historia que comenzó en los tiempos de la doble presidencia de Barak Obama, cuando, con Joe Biden a la vicepresidencia, Hunter trató, por así decirlo, de aprovechar su apellido en su muy improvisado trabajo de “asesor internacional”. Punto focal de la historia: Ucrania, donde Hunter había entrado, en virtud exclusivamente de su apellido y con un gran salario, en el Consejo de Administración de una empresa energética, la Burisma, centro de un sistema muy ramificado e impune de corrupción. Durante todos estos años – partiendo de esta conocida verdad – la pregunta siempre ha sido una sola: ¿en qué medida las actividades de Hunter han implicado al padre (primero como vicepresidente y luego como presidente)? Y la respuesta siempre ha sido una sola: en ninguna medida. O, al menos, en ningún caso en una medida que tuviera alguna relevancia política o judicial mensurable.

“Sin embargo ustedes tienen que hacernos un favor…”

Muchos seguramente lo recordarán. En 2019, el entonces presidente en ejercicio, Donald J. Trump – el mismo Donald J. Trump que regresará triunfalmente a la Casa Blanca el próximo 20 de enero – había suspendido las ayudas militares a Ucrania ya aprobadas por el Congreso, y usado esas sumas de dinero como un instrumento de chantaje contra el presidente Volodymyr Zelenskyy. Ese dinero se lo damos – dijo Trump en una famosa llamada telefónica que le costaría su primer juicio de destitución – pero primero “tienen que hacernos un favor”. Ese favor era anunciar oficialmente la apertura de una investigación sobre las relaciones entre Burisma y Hunter Biden, o mejor dicho entre Burisma y todos los Bidens. Empezando por lo que, en ese momento, ya se perfilaba como su más probable oponente democrático en la carrera presidencial de 2020. (Cuidado: Trump no estaba pidiendo una investigación para saber cómo estaban las cosas. Lo que estaba pidiendo era el anuncio de una investigación para usarla como barro contra un rival político).

Sobre las inenarrables maldades de Hunter Biden y, sobre todo, sobre los vínculos de estas maldades con el Joe que habitaba en la Casa Blanca, la mayoría republicana de la Cámara de Representantes llevó a cabo una investigación que, durante dos largos años, audiencia tras audiencia y bajo la sombra de un “inevitable” proceso de destitución contra el presidente en ejercicio, ha anunciado casi semanalmente revelaciones clamorosas y “definitivas”, todas sistemáticamente destinadas a desvanecer en la nada – una nada no pocas veces ridícula – como burbujas de jabón. Y una cosa es segura: los dos delitos por los que Hunter Biden debe, o mejor, habría debido responder ante la justicia (declaraciones falsas con el fin de obtener un permiso de compra de un arma de fuego, y el impago de impuestos por 1,7 millones de dólares) no son, en realidad, más que los desechos de esta larga caza al hombre.

Es precisamente el contexto de esta larga historia, sin embargo, lo que hoy hace más enigmático – tristemente enigmático – no solo el perdón de Joe Biden, sino toda la trama de sus relaciones con su hijo Hunter. ¿Por qué – considerando estos antecedentes – Joe Biden ha decidido regalar a los protagonistas de esta caza al hombre, o de esta plurianual burbuja de jabón, un apresurado perdón “en salida” destinado solo a alimentar insinuaciones, calumnias y teorías conspirativas, creando ademas coartadas morales para los perdones y las venganzas que, cosa de la que nunca ha hecho misterio, Donald Trump tiene en programa?

Alguien – y no sin alguna razón válida – ofrece una explicación que les hubiera gustado mucho a los clásicos de la tragedia griega. Joe Biden esta historia podría haberla matado en la cuna, distanciándose inmediata y públicamente de las actividades internacionales de su hijo. Pero nunca lo hizo. De hecho, para Hunter, Joe Biden nunca ha tenido, desde que su nombre se convirtió en noticia, nada más que palabras de consuelo, afecto y admiración. Mi hijo, siempre ha dicho, nunca hizo “nada malo”. Y, siempre añadió, “estoy muy orgulloso del valor que él mostró en su lucha contra la adicción a las drogas” (Hunter ha sido, durante muchos años y en términos muy dramáticos “adicto al crack”. Una experiencia que él mismo relató en una autobiografía titulada “Beautifull Things”).

Por qué “Uncle Joe” se ha – antes de este último furtivo perdedor “total” – quedado en esta especie de limbo, sin levantar ninguna barrera insuperable y visible entre él y los negocios que, usando su apellido, ¿Hunter iba haciendo aquí y allá? Quizás por la más simple y humana de las razones: por el amor de un padre que ya había perdido dos hijos en circunstancias trágicas – Naomi murió siendo una niña junto con la primera esposa de Joe en un terrible accidente de tráfico, y Beau, vencido en 2015 por un cáncer cerebral – no quería perder un tercio. En esencia (y aquí entra en escena la tragedia griega): los hijos no pagarán las culpas de sus padres. Joe Biden habría destruido hoy, ante la Historia, su propia reputación por no hacer recaer sobre Hunter la culpa de sus ambiciones presidenciales. Puede ser.

Lo que en vez sin duda es ya se ha saboreado ayer en las primeras reacciones del séquito de Donald J. Trump, recién ganador de las elecciones. Tú has perdonado al tuyo. Ahora nosotros perdonamos a los nuestros. Y perdonados a los nuestros, nos vengaremos de los de ustedes que los nuestros atacaron en su tiempo. Basta un vistazo a los nombres elegidos para el nuevo gobierno – pocos expertos, muchos sicarios – para entender el sentido de estas palabras. El presidente más antidemocrático y corrupto se prepara para (re)entrar en la Casa Blanca. Y con su perdón, Joe Biden le ha metafóricamente entregado la combinación de la caja fuerte. Pasando de Napoleón Bonaparte a Fidel Castro: la Historia no lo absolverá.

Sí, es realmente una triste despedida, la de Joe Biden en estos últimos desmanes de 2024. Y tristes, muy tristes son los días, los meses y los años que la “democracia más antigua del mundo” se prepara a vivir.

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